La Ciudad

El día que Mar del Plata despertó con estruendo de bombas

Algunos eran niños. Otros adolescentes o jóvenes. Todos tienen algo que contar de aquel 19 de septiembre del '55 cuando la Marina de Guerra bombardeó el puerto de Mar del Plata para derrocar a Perón.

Por Gustavo Visciarelli

Los conscriptos de la Base Aérea de Mar del Plata recibieron en plena madrugada la orden de alistarse para combatir, sin saber donde ni contra quien. Carlos Fiorelli (85) era dragoneante y recuerda que cargaba una mochila, largavistas, granadas, municiones y una ametralladora PAM.

Sabían que tres días antes el general Eduardo Lonardi había iniciado en Córdoba una revolución para derrocar al presidente Juan Domingo Perón, pero ignoraban que ellos estarían bajo fuego en la acción final, alineados por azar en las fuerzas leales al gobierno.

Los marplatenses también desconocían que el 19 de septiembre de 1955 despertarían con el tronar de las bombas. Tres meses antes -el 16 de junio- la aviación naval no había ahorrado víctimas civiles al bombardear Plaza de Mayo en un intento por matar a Perón.

Huir en la madrugada

Las únicas acciones preventivas que se recuerdan en Mar del Plata tuvieron lugar poco antes del bombardeo, cuando la policía recorrió la franja costera, pidiendo puerta a puerta la evacuación de los hogares.

Carmelo Garuffi tenía 9 años y vivía con su padre pescador, su madre -ambos venidos de Italia tras la Segunda Guerra Mundial- y seis hermanos en Gaboto y la costa.

“Un pedazo de la bomba cayó en Arenales entre Pringles y Juan B Justo, en la casa de los suegros de mi hermana. Les barrió el comedor y se salvaron porque estaban en la parte de atrás. Después les pagaron todo”

“Eran las cuatro, cuatro y media de la mañana cuando un hombre que nunca supe quién era, empezó a gritar en la puerta que nos fuéramos porque había barcos que iban a bombardear el puerto. Mi mamá nos vistió, nos puso una gorrita de lana y agarró lo que pudo. Salimos con el barrio entero porque ese hombre gritó por todas las casas”, recuerda.

Frente a las costas se perfilaban el crucero 9 de Julio y los destructores San Juan, San Luis y Entre Ríos de la flota revolucionaria comandada por el contralmirante Isaac Rojas. Su misión: destruir los tanques de petróleo del puerto para forzar la renuncia de Perón.

Las primeras bombas

Al amanecer los conscriptos de la Base Aérea y sus jefes estaban apostados frente al Golf Club, en la zona de Juan B. Justo y Alem, donde solo había “unos ranchitos y campo con alambrados de dos hilos”, rememora Fiorelli. A unos 200 metros, tropas de la Escuela de Artillería (actual AADA 601) habían emplazado sus cañones para defender al gobierno.

“Un avión pasó volando muy despacio. Con uno de los cañones le dispararon dos chumbazos. No le dieron, pero deschavaron nuestra posición. Después el avión tiró dos o tres ‘confites’ en la zona de los tanques y a los segundos empezaron los cañonazos y el humo”, narra Fiorelli.

Las versiones difieren sobre el rol de ese avión de la Armada que inició la acción a las 6.40. Según una, su objetivo fue señalar el blanco. Según otra, falló en su intento de destruirlo. La misión fue ejecutada por el crucero 9 de Julio, que arrasó 9 de los 11 tanques en diez minutos de cañoneo.

Los antiguos vecinos portuarios que eran niños o adolescentes cuando vivieron en carne propia el bombardeo de 1955.

La noche y la llovizna

Garuffi y su familia -como muchos otros- huía a pie. “Era de noche y salimos caminando por acá (señala la calle 12 de Octubre) para las Termas Huincó. Después se largó a lloviznar y cuando llegamos a una distancia grande escuchamos las primeras bombas y vimos que le dieron a los tanques. Con el fuego, creíamos que todo el puerto se había incendiado. Cuando a la tarde volvimos caminando, mi viejo, con los ojos así de grandes, decía: ‘No vamos a encontrar nada’. Gracias a Dios encontramos la casa parada. En la casilla de madera teníamos las ollas y los cucharones colgados en clavos. ¿Querés creer que no se cayó nada?”.

Cuidando el bar

Humberto Donadío (81) vivía con sus padres -otros dos italianos de la post guerra- en Edison y 12 de Octubre, donde explotaban el bar “El Picapedrero”, que casi no cerraba sus puertas.

“Estábamos con el bar abierto -relata- y la gente escapaba con lo que podía… hasta con tapados de piel, ojotas y nada abajo. Mis padres, que habían vivido la guerra, empezaron a juntar los cachorros. Eramos seis hermanos -cuatro varones y dos mujeres- y aunque éramos grandes nos subieron a un camión y nos mandaron a la Peregrina. Todo el mundo disparaba. En el bar quedó mi papá solo”.

“En la Peregrina estuvimos cinco días. Creo que mi viejo era conocido de ellos. Nos daban de comer y todo. Presumíamos que el puerto había desaparecido porque las columnas de humo llegaban arriba de las sierras. Durante esos días no supimos nada de mi padre, Blas. Después nos contó lo que había pasado. Acostumbrado a la guerra, para él no había sido tan difícil“.

“Empezamos a correr”

José Picca (71), quien vivía en Posadas entre Edison y El Cano junto a su padre picapedrero, su madre y un hermano, relata: “Empezamos a correr todos porque se sentían bombas. Vinimos por acá, por 12 de Octubre, subiendo hacia la Gruta. De Padre Dutto para arriba de la loma era todo tierra. Tenía un tío que vivía en Avellaneda y Santa Fe y fuimos hasta ahí a pie, todos asustados. Yo soy italiano, me trajeron de chiquito. Mis padres venían de una guerra. Donde sentían un tiro, disparaban todos. En la casa de mi tío estuvimos 15 días”.

Apostado frente al Golf, Fiorelli fue testigo del angustioso éxodo de los vecinos por la Avenida Juan B. Justo y aún recuerda que “llevaban todo lo que podían…colchones al hombro…jaulas con pájaros…parecía una de esas películas italianas”.

Bombas sobre las casas

Carlos Rodríguez, que tenía 12 años y vivía con sus padres en 12 de Octubre y Juramento, afirma: “Tuvimos que salir disparando en una camioneta a un horno de ladrillos de la familia Águila, donde hoy está el cementerio parque”. Y añade que “un bombazo pegó en la ferretería Pulicino de Lamadrid y Juan B. Justo. Un pedazo de la bomba cayó en Arenales entre Pringles y Juan B. Justo, en la casa de los suegros de mi hermana. Les barrió el comedor y se salvaron porque estaban en la parte de atrás. Después les pagaron todo”.

No fue la única bomba que impactó en el barrio. Los testigos mencionan la que cayó “en la casa de Agliano”, en El Cano entre Edison y Acha, “al lado de donde está el Banco Nación”. Donadío recuerda que una esquirla de ese explosivo “hizo un buraco tremendo” en la persiana del bar donde estaba su padre.

La casa de artículos del hogar “Olamar”, en pleno centro comercial de 12 de Octubre, también fue impactada. Y otro proyectil cayó sobre la calle Magallanes, “a dos cuadras del Club Aldosivi”.

¿Es posible que no haya habido víctimas fatales? La versión oficial dice que no. Los testigos entrevistados coinciden con ella. Garuffi añade: “Este barrio era de italianos que sabían de la guerra. Por eso no pasó nada. Lo evacuaron en minutos….”.

El desembarco

Mar del Plata vivía la jornada entre angustias, expectativas y confrontaciones. Los vecinos de la estación de trenes dejaban sus casas ante el rumor de un bombardeo. Los barcos de la Armada atacaban la Escuela de Artillería (hoy AADA 601) que había sido evacuada. Grupos de civiles opositores al gobierno saqueaban sitios identificados con el peronismo: la CGT, el Sindicato de Empleados de Comercio y el chalet del empresario Jorge Antonio. Y la Marina iniciaba el desembarco para hacerse cargo del control militar y político de la ciudad.

Eduardo “Coco” Izzo, nacido en 1937, “ya pescaba en esa época” y recuerda: “Para que desembarcaran los de ‘la fragata’ usaron todas las embarcaciones de pesca de Mar del Plata. Vino la Base Naval y las tomó para que bajaran los de la Marina. Agarraron los barcos y se fueron. Eso sí: después completaron el combustible. Venía la zafra de la sardina y algunos no pudieron salir porque había que reparar las embarcaciones. A esos les dieron todo lo que necesitaban”.

Cañonazos sobre el Golf Club

El desembarco fue otro momento crítico porque grupos armados de la resistencia peronista abrieron fuego desde la escollera Norte hasta que la réplica de los marinos los dispersó. Se sumó a ello la hipótesis de que las fuerzas leales apostadas cerca del Golf Club atacarían la Base Naval.

“La fragata giró y empezó a tirarnos a nosotros. Sentimos los chisqueos arriba de nuestras cabezas”, narra Fiorelli, quien vio cómo uno de los proyectiles levantaba por el aire y destrozaba un caballo.

Tanto ellos como las fuerzas de artillería iniciaron la retirada, tirándose cuerpo a tierra cada vez que escuchaban los cañonazos. Embarrados, se replegaron por Juan B Justo y hallaron refugio “en la bajada de Cerrito”. Luego iniciaron un periplo tan complicado como la jornada misma, hasta que la caída de Perón los dejó alineados en las huestes de la “Revolución Libertadora”.

Las columnas de humo de los tanques incendiados se disiparon varios días después. No así los recuerdos de quienes vivieron aquel 19 de septiembre, hace casi 64 años.-

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